Yo quiero creer en ti y no me dejo. No me dejas.
Es un torniquete.
Es una soga.
Es una adicción nueva por encontrar todo nuevo.
Es una compulsión por correr en dirección a no recordarte.
Yo quiero creer en ti y no me dejo. No me dejas.
Es una ausencia.
Es inconciencia.
Es la soledad de tocar sin respuesta la puerta que me dijiste.
Es el gusto de hacer un acertijo para verme desesperar.
Respira en mi cara. Dime algo cierto.
No quiero ser Dios porque seria tan cruel.
Solo quiero volver a sentir las puntas de mis dedos.
Yo quiero creer en mi y no me dejas.
Yo quiero creer en ti y quien mierda tiene las llaves.
Quien mierda tiene las llaves.
Quien mierda tiene las llaves.
Quien mierda tiene las llaves.
Quien mierda tiene las llaves.
Quien mierda tiene las llaves.
Para estas cadenas.
sábado, 9 de marzo de 2013
miércoles, 6 de marzo de 2013
Dos orejas de nuevo
Me mandaron mis superiores. Vamos al huerto una vez mas.
Camino con el frío de la noche. Camino a manchar mis manos con sangre.
Camino dominado con la cabeza agachada cumpliendo otra voluntad.
A manchar mis manos con la maldad de quien manda y nunca está.
Hemos llegado a esta fría acequia donde de mi armadura se esconden.
El criminal que busco se me entrega como si no hubiese delito.
Empiezo a despreciar la armadura que engendra el miedo.
Como si no hubiese temor a castigo. Como si yo estuviera maldito.
Nos llevamos al inocente. El tipo que no era criminal.
Le enjuiciamos con palabras, sin razones, sin verdad.
Y conocí la fuerza del tigre y su rabia.
Conocí la impotencia del amor y su cara mas animal.
Y el filo de la navaja del impotente, y el dolor.
Me retorci en el suelo para hallar el silbido infernal.
Un llamado a todos los demonios, que no puede echar marcha atrás.
Y el inocente me habló de espadas, que no daban a lugar.
Si protegiendo, a espada hieres, a hierro morirás.
Perdí mi oreja y en sus ojos vi amor. Me perdí en ellos. No sentí confusión.
Se había ido el yugo, la sangre que por mi hombro corrió.
En esos ojos vi a mi madre.
En ellos vi a mi amor.
Vi todo por lo que he luchado.
Recordé que era humano y que era canción.
Abrí los ojos. Y el inocente me curó de mi dolor.
Seguía teniendo mis dos orejas, y ahora tenían otro valor.
Abrí mis ojos a lo perdido. Abri los ojos a lo que no agradecí.
Cuando tuve brazos amorosos acurrucandome en una canción feliz.
No volvi a ver al inocente y le quisiera agradecer.
Perder una oreja frente a la rabia para encontrar que mis ojos se habían ido también.
Recuperé todo y dejé caer el llanto. Porque son para darme pie.
Para darse cuenta de lo perdido. Para sentir humildad en mi piel.
Camino con el frío de la noche. Camino a manchar mis manos con sangre.
Camino dominado con la cabeza agachada cumpliendo otra voluntad.
A manchar mis manos con la maldad de quien manda y nunca está.
Hemos llegado a esta fría acequia donde de mi armadura se esconden.
El criminal que busco se me entrega como si no hubiese delito.
Empiezo a despreciar la armadura que engendra el miedo.
Como si no hubiese temor a castigo. Como si yo estuviera maldito.
Nos llevamos al inocente. El tipo que no era criminal.
Le enjuiciamos con palabras, sin razones, sin verdad.
Y conocí la fuerza del tigre y su rabia.
Conocí la impotencia del amor y su cara mas animal.
Y el filo de la navaja del impotente, y el dolor.
Me retorci en el suelo para hallar el silbido infernal.
Un llamado a todos los demonios, que no puede echar marcha atrás.
Y el inocente me habló de espadas, que no daban a lugar.
Si protegiendo, a espada hieres, a hierro morirás.
Perdí mi oreja y en sus ojos vi amor. Me perdí en ellos. No sentí confusión.
Se había ido el yugo, la sangre que por mi hombro corrió.
En esos ojos vi a mi madre.
En ellos vi a mi amor.
Vi todo por lo que he luchado.
Recordé que era humano y que era canción.
Abrí los ojos. Y el inocente me curó de mi dolor.
Seguía teniendo mis dos orejas, y ahora tenían otro valor.
Abrí mis ojos a lo perdido. Abri los ojos a lo que no agradecí.
Cuando tuve brazos amorosos acurrucandome en una canción feliz.
No volvi a ver al inocente y le quisiera agradecer.
Perder una oreja frente a la rabia para encontrar que mis ojos se habían ido también.
Recuperé todo y dejé caer el llanto. Porque son para darme pie.
Para darse cuenta de lo perdido. Para sentir humildad en mi piel.
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